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23/02/2017 13:02:13 - Correo de lectores

Carta abierta a Bullrich de Isabelino Siede, Doctor en Ciencias de la Educación y Maestro de primaria. (3645)

Señor ministro: durante algún tiempo, creí que usted era meramente ignorante en materia educativa, pero empiezo a cambiar de opinión. Llegó a conducir el ministerio porteño tras la eyección de Mariano Narodowski y el fallido nombramiento de Abel Posse.

Sin antecedentes en el área, todo parecía indicar que aceptaba ese cargo como escalón hacia algo más afín a sus intereses. En líneas generales, creo que su gestión en la ciudad fue más mediocre que dañina y dejó como saldo, entre las acciones más emblemáticas, una reforma curricular bastante tibia para la escuela secundaria, unas cuantas computadoras sobrevaluadas, un sistema de inscripciones con más costos que beneficios y muchos edificios escolares recién pintados y maquillados para la vista del vecindario. Al arribar al ministerio nacional, pocos podían sospechar que aportaría algo bueno, pero tampoco anticipamos tanto estropicio.


En sólo un año, usted destruyó todo lo que pudo. Con enorme hipocresía, proclama su preocupación por la calidad educativa al mismo tiempo que desarticuló, disolvió o neutralizó los programas y equipos que podrían mejorar el trabajo de las escuelas, en todos los niveles. Profesionales muy capaces y comprometidos, que atravesaron múltiples gestiones en Pizzurno, se fueron expulsados o por decisión propia, mientras otros tantos esperan irse o se sostienen como pueden. Incumple la ley al negarse a realizar las paritarias nacionales y deja sin respaldo salarial a los docentes de las provincias más empobrecidas. Tiene la suerte de actuar al amparo de un gobierno cuyos desaciertos son tan rutilantes que dejan en la sombra los desatinos que usted comete.


En este y otros rubros, ya hemos visto funcionarios que declaman sus dislates en tono mesiánico, tal como usted dice “el sistema educativo no sirve más: está diseñado como una máquina de hacer chorizos”, sobre la base de algún resumen que le han acercado, y luego aspira a liderar una “nueva campaña del desierto”. Todas sus alusiones a la tarea de las aulas dan cuenta de que no tiene idea de lo que allí ocurre y disfraza su incompetencia con imágenes anodinas, para atrapar incautos. Miles de docentes trabajan día a día en escuelas de todo el país y muchos de ellos lo hacen con enorme esfuerzo, en diálogo con las comunidades, mientras escuchan que usted compara su trabajo con “el compromiso del cerdo y de las gallinas”, en una reunión con empresarios, o manifiesta que sus opciones son “tunear un falcon de los setenta” (eso sería el sistema educativo actual) o “saltar a una nave espacial” (que sería lo que usted pregona). Hace varias décadas que la sociedad argentina está disconforme con la educación y expresa su desencanto de diferentes formas. También desde dentro de las escuelas muchos bregan por transformar dispositivos anquilosados y construir mejores prácticas de enseñanza. El problema es establecer hacia dónde queremos ir y cómo hacerlo.


Usted se muestra preocupado por los jóvenes que no llegan a terminar sus estudios secundarios y afirma que “la revolución educativa es el único camino real para salir de esta pobreza en la que vivimos, para garantizar igualdad de oportunidades”, pero luego admite, siempre en reuniones de negocios, que su objetivo general se bifurca en lograr dos tipos de egresados: los que “sean capaces de crear empleos” y los que “vivan en la incertidumbre y la disfruten”. Desde la vereda opuesta, muchos educadores pretendemos formar ciudadanos críticos, creativos y responsables, no preocupados por ser “el empleado del mes”.


Sigo creyendo que usted es un inepto, es decir, alguien incapaz de llevar adelante la tarea que tiene a su cargo, pero veo que es de los más peligrosos: los que vuelcan los efectos de su incompetencia siempre en la misma dirección, mientras encubren sus aviesas intenciones con un manto de frases susceptibles de generar empatía. Ante la Academia Nacional de Educación, ha expresado con cinismo sus tácticas maquiavélicas para sortear las resistencias del sistema educativo. Los docentes sabemos los estragos que puede causar un imbécil con un poco de poder, pero también hemos resistido el terrorismo de Estado, el terrorismo de mercado de los noventa, la caída estrepitosa de las instituciones y el creciente dualismo de una sociedad con pobres muy pobres y ricos muy ricos. Buena parte de los defectos actuales del sistema educativo no provienen de sus propios vicios, sino de la larga resonancia que nos han dejado gobiernos indolentes que, bajo las banderas del cambio y la transformación, desarreglan lo que funciona bien e inventan un problema para cada supuesta solución.


Escribo esta carta para repudiar sus expresiones, que denigran a todos los educadores del país, y para advertirle que, cuando su actual gestión sea poco más que un mal recuerdo, muchos seguiremos trabajando para que la escuela sea una herramienta de construcción de una sociedad más justa, pluralista y solidaria.

Atentamente, Isabelino A. Siede













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