El terror, cuando se instala, tiene la particularidad de hacer añicos las respuestas, aunque no hay excusa ni elemento valedero que deba sostener al miedo.
Porque no existe motivo real para hacerse cargo y decidir sobre la vida de otros.
Uno pensó, equivocadamente, que Santa Teresita era otro mundo, arena y sal, espuma y mar, vacaciones y el calor del abuelo con sus nietos iluminando infancias. Mucho más luego de haber vivido tanto horror en la ciudad selvática donde pasamos la vida.
un día la realidad nos pegó otra cachetada y el encargado de asestarla, en este caso, fue ese padre-abuelo que al llegar a casa me dijo, con el seño adusto de quien también vio la cara del espanto muy de cerca: desapareció un muchacho en Santa Teresita.
Un frío de horror recorrió mi espalda ¿cómo es eso? Pregunté. ¿Ahora también?
La realidad golpeaba nuevamente, porque a uno le duele el dolor aunque suceda muy lejos de donde estamos. Y mucho más cuando uno se crió entre el sobresalto.
Cuando pasamos la vida cara a cara la perversidad y la punta filosa de los signos de interrogación clavándose como espinas en el corazón.
Es entonces cuando apelamos a tan sólo 6 letras vacías de respuestas, (de momento) cargadas de incógnitas no develadas: ¿POR QU